José M. Mejías del Río
Spain
For citation: MEJÍAS del RÍO, José M.; – Casas-Cueva em Galera (Granada): na nueva vida para una vivenda tradicional. Estudo Prévio 8. Lisboa: CEACT/UAL – Centro de Estudos de Arquitetura, Cidade e Território da Universidade Autónoma de Lisboa, 2015. ISSN: 2182-4339 [Disponível em: www.estudoprevio.net]
Abstract
The cave-houses were traditional houses in south-eastern Spain until the 1980´s, but due to emigration, new housing and the pressure of local and regional governments, they were practically abandoned for almost two decades. However, at the beginning of this century, the cave-houses were restored thanks to the arrival of British immigrants looking for a vacation or retirement home and also to local promoters who transformed the caves in rural hotels.
In Galera (Granada), among other villages in the shares of Huéscar, Baza and Guadix, it started during the 1990 and the 2000 the developing of a new type of cave-housing, more adapted to the needs and demands of the tourist, immigrants and returnees. In parallel those neighbours who still live in cave-houses have adapted their homes to urban standards, so that at present there are two types of cave-houses coexisting.
The aim of this paper is to determinate if the new aesthetic and use of the rural elements in the tourist caves can be considered as “traditional”, as well as the adaptation of the other cave-houses have to be considered still “traditional” or not. It is also an element to consider the speeches developed regarding the caves, how they are understand and imagine by the locals and how those speeches affect them.
Keywords:Cave-house, Heritage, Anthropology
Introducción
La cueva habitada no es una tipología de vivienda inusual en el área mediterránea. Se trata de un hábitat que, salvo en contadas ocasiones, ha sido despreciado e ignorado. Este ha sido el caso de la provincia de Granada, en el sureste de la Península Ibérica.
La cueva es entonces –como arquitectura propia de ese lugar- un producto del medio físico en el que se asienta, del medio cultural en el que se sitúa y de los habitantes que la frecuentan. Se trata de un tipo de vivienda que ha sido menospreciado durante un largo periodo de tiempo y no se ha tomado en consideración hasta hace poco. Encontramos las razones de este menosprecio, en su mayoría, en los prejuicios; solamente un cambio radical en la mentalidad ha sido capaz de darle la vuelta a esta situación.
Actualmente, en paralelo a la consolidación de este modelo arquitectónico como foco de las políticas patrimonialistas de los agentes locales y regionales, se ha redefinido como recurso económico, incluyéndolo en el mercado turístico por parte de los propios habitantes. Todo ello supone la transformación, no sólo de los discursos, sino también del espacio en sí.
Durante el estudio, realizado entre el invierno de 2010 y la primavera de 2012, se analizaron la evolución y la situación actual de las cuevas habitadas en el norte de la provincia de Granada. Se tomó como caso de estudio la población de Galera, dónde tiempo ha se había iniciado el proceso de adaptación de las cuevas al uso turístico y dónde además, más se había evolucionado.
El curso de la investigación siguió dos líneas de trabajo: la etnografía, a través de entrevistas, grupos de discusión y la elaboración de historias de vida (el criterio de elección de individuos tenía como fin establecer el desarrollo y obtener una pluralidad de discursos); y la arquitectónica, para la que se contó con la colaboración de un arquitecto en el análisis estructural de las viviendas y en la construcción de la planimetría. Y se obtuvo también el análisis funcional de las viviendas y su desarrollo cronológico.
Fig. 01 – Norte de la provincia de Granada. Mapa geográfico.
Historia
A diferencia de otras regiones mediterráneas –donde la excavación de cuevas-vivienda remonta sus orígenes a hace varios siglos, e incluso milenios- el ámbito de estudio no resulta relevante por su abundancia de casas-cueva ni por su impacto social hasta mediados del siglo XVIII.
Es necesario señalar que, pese a la existencia de cuevas en la mitad norte de la provincia de Granada desde época medieval, todas ellas fueron usadas como silos, almacenes o, en el caso de estructuras más complejas, como construcciones militares (Bertrand e Sánches, 2008). En ningún caso como viviendas. Y no será hasta el siglo XVI cuando comiencen a excavarse o a adaptarse huecos preexistentes –aunque aún se tratarán como un tipo marginal de vivienda, ya que no aparecerán apenas mencionadas en la documentación de la época-.
Los inicios del siglo XVIII traen numerosos cambios a la región, principalmente poblacionales ya que – pese a diversas epidemias y expulsiones de determinados colectivos (moriscos y gitanos) – el crecimiento es continuo gracias a la llegada de repobladores/inmigrantes y al propio envejecimiento de la población.
El primer documento del que podemos obtener información fiable para este estudio data de 1752 (el Catastro de Ensenada). En él se ponen de manifiesto el número de familias, así como el de viviendas y su tipología, de un modo general. Se muestra un alto porcentaje de habitantes residentes en las cuevas – ligeramente superior al 30% en el conjunto de las comarcas de Guadix, Baza y Huéscar – que en algunas poblaciones llegó a suponer más del 70% en cuanto al número de cuevas sobre el total de las viviendas.
Los autores discrepan en cuanto a la extracción social de los habitantes de las cuevas. Algunos aducen que el incremento de la población se debió también a ciertas oleadas migratorias de poblaciones gitanas y de moriscos retornados. Defienden que dichos colectivos fueron los impulsores de las primeras cuevas-vivienda (Asenjo, 1972; Romero,1982). Es más probable, sin embargo, que estos colectivos se adaptaran a un modelo de vivienda ya existente. En este sentido, Urdiales Viedma – quien también toma como referencia el Catastro de Ensenada – apunta que “la cueva era ocupada por un sector específico de la población situado en la mitad inferior de la pirámide social, mas no se puede establecer una fuerte correlación entre estos sectores de población y de vivienda troglodita,pues algunos de ellos también ocupan casas” (Urdiales, 1987: Vol. I, 116) refiriéndose principalmente a jornaleros pero sin aludir a las minorías que se asentaban en esas tierras. Así pues podemos aventurarnos a afirmar que –al margen de la pertenencia de los habitantes de las cuevas a minorías moriscas o gitanas- la consideración de este hábitat como propio de sectores marginales ya existía a mediados del siglo XVIII.
Durante la segunda mitad el siglo XIX, las cuevas comienzan a ser un elemento habitual en el paisaje. Se excavan cuevas en poblaciones que antes no habían tenido y en todas aquellas en las que ya existían previamente se incrementa el número de un modo acelerado. En las tres comarcas anteriormente citadas la población aumenta entre 1860 y 1888 en torno al 13%, mientras que el número de cuevas lo hace algo más del 23% (de 6376 a 7847). Este crecimiento poblacional tiene su causa en una serie de roturaciones masivas que fueron llevadas a cabo durante los siglos XVIII y XIX, cuya actividad implicó numerosa mano de obra.
La situación continuará durante el siglo XX, pero en el periodo comprendido entre los años 30 y 50, del siglo pasado, cambiará: el número de viviendas edificadas desciende, mientras que las cuevas y la población continúan su línea ascendente hasta alcanzar su auge en los 50, momento a partir del cual se inicia un lento pero imparable declive. Urdiales Viedma (1987: Vol. I) opina que este abandono de la casa edificada fue una de las consecuencias de la crisis económica reinante en esas décadas, la cual realzó las ventajas de la cueva frente a las construcciones de obra: más económica de mantener y más barata de construir.
A partir de los años 50 la tendencia comienza a invertirse: a la vez que la población desciende, las cuevas entran en un importante declive (sobre todo a partir de los años 60) y pierden peso porcentual frente a la casa de obra, cuyo camino toma una dirección inversa y se convierte en la principal opción de vivienda1. Una vez más, Urdiales Viedma (1987: Vol. I) apunta a los factores económicos como causantes de este cambio. En esta ocasión existe una significativa mejoría de las condiciones de vida – gracias al progreso de la situación socio-económica del país (sobre todo a partir de la segunda mitad de los años 70) – y también a una menor presión demográfica (debido a la emigración de gran cantidad de la población y al freno demográfico de estas décadas). Todo ello deja disponible un mayor número de casas para una población decreciente. Es entonces cuando antiguos habitantes de los barrios de cuevas se desplazan a viviendas situadas en el centro de las poblaciones. De este modo se consigue marginalizar aún más el hábitat de la cueva, que se convierte gradualmente en un espacio situado en los límites físicos y simbólicos de la población, habitado solamente por aquellos que no pueden abandonarlas.
Este será el panorama que impere durante las décadas siguientes, junto con la aparición de diversas campañas institucionales durante las décadas de 1980 y 1990 centradas en la eliminación de las cuevas, consideradas infraviviendas (Lasaosa et al., 1989). Como resultado, a principios del siglo XXI, las cuevas que seguían siendo habitadas se transformarían radicalmente con el fin de adaptarse a los estándares contemporáneos (las que serán las denominadas casas-cueva).
Ya desde finales de la década de 1990 se puede apreciar un cambio. Al abrigo de una nueva tendencia turística surgen iniciativas, tanto públicas como privadas, para adecuar muchas de las cuevas como complejos hoteleros. De forma paralela (si bien un tiempo más tarde) se desarrolla un sector económico dedicado a la rehabilitación y a la venta de casas-cuevas; e incluso desde mediados de la primera década del siglo XXI se comienza a excavar alguna nueva – muy a menudo destinadas a segundas residencias y a un público extranjero.
La alteración más significativa tiene que ver con el cambio de valores y el nacimiento de nuevos discursos sobre las cuevas. Paulatinamente, términos como “vivienda bioclimática”, “arquitectura vernácula” o “tradicional” comienzan a asociarse a este tipo de residencias, promoviendo por supuesto, un cambio de mentalidad en vecinos y visitantes.
En el caso específico de Galera, las cuevas llegaron a suponer casi dos tercios del total de viviendas en la década de 1950 (898 cuevas frente a 451 viviendas de obra, para una población inferior a 5000 habitantes). A finales del siglo XX, sin embargo, no alcanzaban el 10%: pese al abandono de barrios enteros de cuevas, Galera fue uno de los lugares donde comenzaría la recuperación de las cuevas y casas-cueva.
Fig. 02 – Conjunto de cuevas en la parte superior de Galera
Estructura social
Ya se ha mencionado la relación existente entre estratos socialmente desfavorecidos y la excavación de cuevas, sobre todo en sus orígenes. Sin embargo, conforme el número de cuevas aumentó, el desprestigio social asociado a ellas se fue mitigando hasta incluso desaparecer. El hecho de que en algunas poblaciones más de la mitad de los vecinos viviesen en este tipo de alojamientos no les resultaba coherente. La existencia de algunas cuevas habitadas por propietarios de medias y vastas extensiones es una de las situaciones que mejor lo corroboran.
Por lo general, y tomando como referencia la situación a mediados del siglo XX, las cuevas eran ocupadas generalmente tanto por humildes propietarios y artesanos como por jornaleros, mientras que los medios y grandes propietarios ocupaban casas de obra. Aunque también es necesario añadir que existían excepciones a este esquema general.
El principal hecho distintivo de una cueva, refiriéndonos al estatus social de sus habitantes, venía marcado por la distancia relativa que separaba dicha cueva del centro del pueblo. Esta relación ‘estatus’-‘distancia al centro’ era sencilla: cuanta más cercanía mayor estatus social, cuanta más lejanía, menor.
Este hecho quedó más que patente durante las décadas de 1960 a 1990, cuando la emigración redujo la población de Galera a un tercio de la existente en los años 1950 y ciertos barrios se despoblaron casi por completo. Lejos de ser esta población la única en emigrar, lo que realmente sucedió fue un gran movimiento de la población de las zonas más alejadas, a las más céntricas y agradables (cuyo único objetivo era el máximo aprovechamiento del exceso de cuevas unido a la baja demanda de ellas).
Esta migración interna se vio reforzada por dos factores. En primer lugar por la instalación de servicios públicos tales como el alumbrado eléctrico, el teléfono y, sobre todo, por el abastecimiento de aguas y alcantarillado. Dichos servicios se instalaron en primer lugar en la zona baja debido a la mayor facilidad en la construcción de la infraestructura. En segundo lugar, por el inicio del proceso público de construcción de nuevas casas, de la década de los 80 en adelante, cuyo efecto supuso una caída aún mayor de la demanda de cuevas.
A partir de la segunda mitad de los años 1990, pero especialmente a partir del 2002, esta tendencia se invierte. Familias originarias de Galera que llevaban años viviendo en otras regiones de España comienzan a reformar cuevas: en ocasiones heredadas y en otras, adquiridas vacías para su completa reforma. En muchos casos aprovecharon oportunamente los bajos precios de aquellas que se encontraban más alejadas del centro, convirtiendo paradójicamente las desventajas del pasado en nuevos valores, asociados ahora con una imagen de tranquilidad y un relativo aislamiento.
Fig. 03 – Fachada de una cueva de vacaciones
Algo similar ocurre en esta última década con respecto a los ciudadanos ingleses que residen temporal o permanentemente en Galera, aunque el detonante en este caso es distinto. A mediados de los años 1980 comienza a surgir, entre algunos vecinos de la población, el interés por la construcción de alojamientos rurales. Estos planes se plasmaron en la realidad territorial en 1998, con la creación del primer hotel rural formado por varias cuevas rehabilitadas. Este sirvió de modelo para todos los demás, que surgirían en la zona durante los años siguientes.
Los emprendedores que llevaron a cabo este proyecto tenían como principal interés el disponer de varios apartamentos vecinos entre sí –de modo que pudiesen gestionarlos de forma sencilla – dando a la vez las cuevas con un aspecto homogéneo. Esto suponía la adquisición de un cierto número de cuevas en un espacio cercano, lo cual solamente pudo realizarse en las zonas que habían quedado deshabitadas previamente. Por otro lado, el adquirir las cuevas en determinada altura proporcionaba a los potenciales clientes el atractivo de unas vistas privilegiadas. En los años posteriores, otros promotores inmobiliarios llevaron a cabo proyectos similares, aunque destinaban siempre las cuevas rehabilitadas a nuevas viviendas unifamiliares en venta.
Este es el modo en el que se ha ido configurando el nuevo panorama: en el cual la distancia relativa con respecto al centro no es el único elemento a tener en cuenta, ya que cierta población busca precisamente alejarse de él.
Excavación, tipología y decoración
El paisaje del norte de Granada está dominado por una altiplanicie con escasa vegetación en la que se encuentran tres grandes depresiones: las Hoyas de Guadix, Baza y Huéscar. Las Hoyas son depresiones causadas por los cursos de agua en el terreno kárstico. Por lo general, el terreno resulta muy maleable y blando, lo que permite fácilmente su excavación; aunque se endurece al contacto con el aire y más aún al ser encalado.
Tradicionalmente para excavar una nueva cueva se contaba con la ayuda de un especialista, el llamado “maestro de pico”, que hallaba la ubicación idónea y delimitaba el sustrato duro que serviría de techo. En la excavación de la nueva vivienda participaba toda la unidad familiar: los varones, dirigidos por el “maestro de pico”, desbastaban el cerro y comenzaban a horadar la primera estancia; las mujeres y los niños, en cambio, acarreaban la tierra hacia el exterior, para ir conformando la placeta. La primera fase de excavación se realizaba durante el verano, para evitar las lluvias, pero una vez los “picadores” trabajaban a cubierto, se podía continuar la labor durante todo el año.
Lo más habitual era que, una vez abierta la primera estancia, fuera la propia familia que iba a vivir en la cueva la que continuase con el trabajo. Se aprovechaban las pausas de las tareas del campo para ir ampliando la cueva según las necesidades, a razón de una habitación nueva por año. Las herramientas usadas para la construcción eran las habituales para cualquier obra: picos y zapicos para excavar y perfilar los bordes, palas para mover la tierra procedente de la excavación y carretillas o cestos de esparto para sacarla.
De un modo general, la excavación de una primera estancia, a modo de “portal de la vivienda”, dará paso al resto de dependencias, sea cual sea su desarrollo. Esta primera habitación tiene una gran importancia, ya que es la que permitirá al constructor comprobar si el terreno que se ha elegido es el idóneo, a la vez que le dará una idea de las dimensiones que se podrán alcanzar en la construcción y qué orientación podrán tener el resto de las estancias.
Por lo general las cuevas no superan las tres estancias en profundidad con respecto de la fachada, ya que más allá la ventilación se vuelve deficiente. En cuanto a la excavación de las estancias en fachada, solían hacerse también tres, a partir de las cuales se abrirían, sucesivamente y a lo largo, otras tantas galerías.
Las viviendas se encontraban adaptadas a las necesidades de la familia, lo que incluía la guarda de aperos, el almacén de víveres y el cobijo para los animales. Para dar cabida a estas funciones específicas se habilitaban galerías o estancias en un plano superior o inferior, de modo que se pudiese acceder desde el interior de la vivienda. En ocasiones podían edificarse pequeños corrales en el exterior de la cueva, pero no podríamos todavía, hablar de casas-cueva.
La casa-cueva comenzará a aparecer a partir de la década de 1960, pero se desarrollará plenamente unos veinte años más tarde. Denominamos casa-cueva a la cueva cuando se le añaden una serie de estancias externas destinadas a usos habitacionales. Este nuevo tipo de cueva surge ante la necesidad de instalar conducciones de agua en las viviendas. La dificultad de esta instalación en el interior de las cuevas, junto con el riesgo para la estabilidad de la misma –con el fin de evitar filtraciones- hacían que fuese aconsejable situar los baños y las nuevas cocinas en el exterior: para lo que se construían pequeñas estancias en el terreno de la placeta.
Con el tiempo, a estas primeras instancias se les añaden otras –siempre a expensas de la placeta- hasta el momento en el que, en muchos casos, la superficie construida superaba la excavada.
Se conoce como placeta a la pequeña extensión de terreno llano existente a la entrada de las cuevas; puede ser de tamaño variable y dar acceso a una o varias cuevas. La placeta es un espacio intermedio entre “lo privado” (la cueva) y “lo público” (la calle). Amos Rapoport (1972) habla de espacios o “dominios” privados (el interior de la casa), semiprivados (jardín delantero), semipúblicos (espacio entre la calle y la casa, de uso público) y públicos (la calle); marcando como punto último el “umbral”, que puede estar más adelantado o retrasado, pero que siempre implica el comienzo del espacio privado. La placeta, en última instancia, cumple esta función, la de “umbral”, se trata pues de un espacio intermedio en el que se desarrollan tanto actividades privadas como públicas.
Los usos de la placeta han sido muchos y muy variados: en primera instancia constituía un espacio de desahogo para la cueva, en el cual se realizaban todas aquellas actividades que no se podían llevar a cabo en el interior de la misma. Cumplía así la función que en las casas de la parte baja del pueblo se desarrollaban en el patio o corral. Desde actividades domésticas como el secado de la ropa, hasta actividades vinculadas al ciclo agrícola o ganadero. También era el espacio en el que las mujeres confluían para llevar a cabo conjuntamente algunas de sus tareas, o donde los vecinos salían a disfrutar del frescor de las últimas horas de los días estivales, o donde los niños jugaban.
De este modo la placeta ha de ser considerada un espacio social, de interacción, pero que sin embargo no estaba abierto a todo el mundo, ya que se consideraba parte integrante de la cueva. La placeta constituye un espacio que todos pueden ver, en el que algunos pueden estar y que pertenece, solamente, a aquellos cuya cueva se abre sobre la misma.
Esta situación ha ido evolucionando a lo largo del tiempo, particularmente a partir de los años 1980. Es en esta década cuando la mayor parte de las cuevas que permanecían habitadas incorporaron nuevos elementos, transformándola definitivamente en las conocidas casa-cueva. Es necesario remarcar que la adición de estos elementos (baño, nueva cocina, cochera) siempre se hizo a expensas de la placeta. En otros casos se cerró el acceso público, empleando cadenas o sencillamente levantando un pequeño murete que separaba radicalmente el espacio público del semiprivado. De este modo el uso de la placeta en muchos casos quedó restringido a los dueños de la cueva adyacente. Solamente en los casos en los que a la placeta se abría a varias cuevas, permanece sin cercar.
Fig. 04 – Fachada de una cueva tradicional
En cuanto a la decoración, tras los trabajos de desmonte y construcción de la placeta, tradicionalmente no se solían añadir apenas elementos, al menos no en un primer momento. Incluso la construcción de un tejadillo protector solía dejarse para momentos posteriores. Pero conforme avanza el tiempo y los habitantes de la cueva empiezan a disponer de recursos para ello, se procede a la mejora y al embellecimiento de la fachada.
A día de hoy, al aproximarnos a una cueva o casa-cueva lo primero que apreciaremos, aparte de la placeta, es que prácticamente todas las viviendas tienen sus fachadas blanqueadas, con apenas unos pocos toques de color. Sin embargo, algunas casas-cuevas suponen una variación con respecto a las cuevas originarias. Por lo general, aquellas cuevas rehabilitadas para el turismo o como viviendas de recreo han mantenido el encalado exterior –a modo de resaltar lo tradicional de la vivienda- respetando las irregularidades de las fachadas. Las cuevas que han permanecido ocupadas durante décadas y en las que se ha construido una casa en el exterior, en cambio, han optado por un tipo de fachada que se asemeja en su totalidad a la de una casa exenta, alisándola, cambiándole el color y levantando zócalos.
Fig. 05 – Fachada de una cueva con zócalo
Un elemento muy común en las fachadas de las casas-cueva destinadas al mercado foráneo son las vigas (a menudo falsas vigas) de madera vista. Originalmente la abertura de orificios en la fachada de una cueva, tales como puertas o ventanas, no necesitaba de soportes para mantenerse –solo ocasionalmente era necesario reforzar alguna abertura aunque en estos casos la vigueta de madera empleada se cubría con una capa de estuco para ocultarla-. Sin embargo, las casas-cuevas readaptadas hacen un profuso uso de estas dejándolas a la vista tanto en los marcos de las aberturas, tanto como en el interior de las propias viviendas. Constituyen, de hecho, un elemento decorativo, ya que estructuralmente carecen de utilidad, y vienen a reforzar el discurso rural que se ha empleado para las casas-cuevas destinadas al turismo.
Otro elemento común es el tejadillo, que consiste en un pequeño alero de medio metro de anchura máxima, compuesto por tejas árabes, que sirve para evitar la erosión de la fachada protegiéndola de la lluvia y de los pequeños desprendimientos que puedan producirse en la parte superior del cerro. Aunque estos tejadillos ya se usaban anteriormente, se popularizaron en los años 1980, década en que la gran mayoría de las cuevas los incorporaron.
En el caso de muchas casas-cuevas los tejadillos no son necesarios ya que la propia construcción protege la fachada de la cueva. Sin embargo, en algunas casas-cueva en las que la construcción no sobresale demasiado, o supone solamente una proyección de la cueva, se pueden encontrar esos tejadillos, aunque sean de mayor anchura.
El empleo de teja árabe no se limita a los tejadillos, sino que muchas cuevas readaptadas por los promotores locales cuentan con una profusa decoración de tejas con diversas funciones, tales como pasamanos en escaleras, canaletas para la evacuación del agua de lluvia, etc.
El interior de las casas se encalaba tradicionalmente, lo cual permitía la transpiración de la tierra y daba cohesión a la capa superficial. Con el paso del tiempo la capa de cal se deterioraba, motivo por lo que era necesario repintar. De este modo las irregularidades de las paredes iban reduciéndose con cada capa de cal. No obstante, el deseo de que la cueva se asemejase a una casa hacía que, cuando podían permitírselo, las familias alisasen la superficie de las paredes. Las cuevas y las casas-cuevas dedicadas al turismo, a segundas residencias u ocupadas por extranjeros, suelen realzar la rugosidad de las paredes, incluso artificialmente si es necesario.
Fig. 06 – Interior de una cueva habitada por vecinos
Fig. 07 – Interior de una cueva habitada por ciudadanos británicos
Esta dualidad en la decoración entre cuevas o casas-cuevas en las que siguen viviendo sus moradores originales y aquellas destinadas al mercado turístico se puede apreciar en muchos otros elementos decorativos. Las primeras cambiaron las cortinas (que favorecían la circulación del aire) por puertas que permitían el paso del aire por la parte inferior –ligeramente elevadas respecto a la solería- mientras que en las segundas se ha optado por puertas rústicas, de un grosor que no deja circular al aire, lo que junto a la instalación de ventanas aislantes provoca la acumulación de humedad en el interior.
Por último, quizás las diferencias más evidentes se aprecien en el mobiliario. Por lo general este cumple principalmente un cometido meramente funcional y tiende a asemejarse al de cualquier otra vivienda. Ha ido cambiando a lo largo de los años, por lo que no se pueden apreciar diferencias significativas entre el mobiliario de una casa y una cueva. Sin embargo, sí que es notable la redefinición sufrida por ciertos elementos ligados a la tradición agrícola y ganadera de la zona en las viviendas destinadas a turismo y, en menor medida, las destinadas a segunda residencia (Benavides, 1997). Dicha re-semantización consiste en el uso decorativo, totalmente descontextualizado, de aperos de labranza o útiles domésticos habituales hasta hace varias décadas. En este sentido se ha observado el uso de tablas de lavar como campanas extractoras en las cocinas, rejas de arar decorando paredes, lebrillos que alojan en su interior lámparas, etc. A estos objetos no se les confería valor hasta la época reciente, lo que permitió a promotores y hosteleros adquirirlos a bajo precio para incorporarlos a las cuevas que rehabilitaban.
Conclusiones
El desprestigio social que suponía el habitar cuevas o casas-cuevas hasta hace varias décadas ha desaparecido, aunque aún se conserve en la memoria colectiva. En su lugar se han ido adoptando, y posteriormente desarrollando, discursos patrimonialistas y ruralistas que justifican la vivienda subterránea como un elemento tradicional de la cultura de la región, un elemento del patrimonio común que forma parte de la identidad de la población.
Resulta evidente la adopción de los discursos patrimonialista y tradicionalista con respecto al hábitat subterráneo. Si bien el origen de estos discursos no puede ser claramente establecido, parece evidente que no son originarios de la propia población. Estos discursos aparecen materializados en la decoración de las viviendas destinadas al turismo o a la residencia vacacional, en la cual se pueden apreciar la aparición de elementos arquitectónicos ajenos a la tradición local, así como la utilización re-semantizada de aperos agrícolas, mobiliario tradicional y enseres de cocina antiguos.
Otro aspecto interesante es el cambio de consideración de las cuevas en el imaginario colectivo. En sintonía con estos discursos se retrotrae el origen de las cuevas a “la época de los moros”, origen mítico de muchos elementos de la cultura andaluza. Sin embargo, resulta significativo el “olvido selectivo” sobre el origen jornalero de las cuevas, cuando todos los estudios apuntan a que el modelo se desarrolló y alcanzó su mayor auge durante los siglos XVIII y XX.
El uso de los discursos mencionados y del cambio de valoración consecuente no es fortuito, sino que responde a una lógica de explotación turística del patrimonio cultural local. Lógica que afecta a todos los niveles de la sociedad, desde las instituciones comarcales y municipales, hasta los propios habitantes, quienes toman parte activa en la modificación y aprovechamiento de las cuevas y casas-cuevas. Una prueba evidente de la sintonía entre los distintos estratos de la sociedad reside en la ausencia de resistencia o de discursos divergentes; ni siquiera en fechas más recientes, en las que el modelo de explotación parece haber entrado en crisis, aparecen voces críticas. A lo sumo, se considera que existe un exceso de oferta, pero en ningún caso se proponen modelos alternativos ni se critica el existente.
Como consecuencia de lo expresado hasta el momento, durante las últimas tres décadas se han desarrollado dos modelos de casa-cueva divergentes. El primero, que sigue una evolución común a la mayor parte de la arquitectura vernácula de Andalucía, consiste en la mimetización con los arquetipos de viviendas urbanas. El segundo modelo se ha imbuido totalmente de las corrientes discursivas que se señalaron más arriba, en base a las cuales se ha producido una modificación de los valores estéticos, simbólicos y funcionales de las cuevas y casas-cuevas. Cambios que en muchos casos han sido llevados a cabo por extranjeros y que aún en el caso de haber sido producidos por lugareños, se han realizado con el objetivo de “vender” un producto a los visitantes y turistas.
A nivel general, la imposición de nuevos tipos constructivos y la obligación de dar cabida a nuevas necesidades ha implicado la transformación del espacio urbano, especialmente de los espacios públicos. En el caso de la placeta podemos hablar de una “privatización individual” del espacio público vecinal, llegando hasta la casi desaparición de este espacio de convivencia. Además se ha producido también una alteración de los valores simbólicos de los distintos barrios de Galera, los cuales son ahora valorados no solamente en función de criterios endógenos, sino que también en base a sus principios “importados”, como por ejemplo el aislamiento como valor positivo, entre otros.
Para cerrar este capítulo de conclusiones, tan solo quiero recordar que estos cambios se han producido debido a que los “valores sociales” aplicados a las cuevas (como a cualquier otro elemento) son variables. Su mutabilidad se encuentra en consonancia con los cambios culturales y socio-económicos. Nos queda por saber cuál será el futuro de este tipo de viviendas, si los valores que hoy se les dan sobrevivirán a quienes se los dieron o si las futuras generaciones tendrán sus propias ideas sobre las cuevas.
1.Obviamente no solamente emigro la población que vivía en cuevas, sino también muchos de aquellos que vivían en casas, pero mientras que las cuevas quedaban desocupadas, las casas eran vendidas o alquiladas a los galerinos que permanecían en el pueblo.
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José M. Mejías del Río
Licenciado en Periodismo y Antropología Social y Cultural por la Universidad de Sevilla.
Máster en Arquitectura y Patrimonio Histórico por la Universidad de Sevilla y el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Doctorando en Antropología Social y Cultural por la Universidad de Sevilla.
Trabajó en el Atlas de Patrimonio Inmaterial de Andalucía del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Colaborador en la Revista PH, publicada por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
Actualmente reside en Noruega donde enseña español en diversas instituciones.